Las obras de misericordia como bien lo indica el Santo Padre “son una forma concreta de «tocar» la fragilidad, de vincularnos con los otros, de acercarnos entre nosotros”. A través de los años muchas personas dedican su vida a hacer el bien por sus hermanos y se santifican por sus obras de caridad y amor. Durante el Jubileo Extraordinario de la Misericordia en Bogotá, Colombia, se ha meditado la historia de santos reconocidos por nuestra iglesia católica, y se les ha clasificado según su carisma.
La hermana María Elena Revillas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús en Colombia, comentó ante la audiencia la historia de las santas místicas desde la perspectiva de la misericordia. En su intervención mencionó a Santa Rosa de Lima, Santa María de la Encarnación de Quebec, Santa Mariana de Jesús Paredes y a Santa Teresa de Jesús de los Andes, quienes contribuyeron a la Evangelización de América siendo testigos de la Misericordia de Dios. La hermana indicó que “en ellas encontramos las maravillas que puede hacer Dios, en una persona que se disponga a su gracia, a su amor y misericordia”.
Las cuatro santas tenían en común diversos aspectos, primeramente que a pesar de haber crecido en un entorno lleno de comodidades, ellas vivían experiencias muy significativas de Dios que hicieron que sus vidas se caracterizaran por la pobreza y austeridad. Otro aspecto que comparten, según indica la hermana “es la armonía con que viven la vida de oración y contemplación, el silencio, la experiencia de misión y la entrega a los demás en especial con los más necesitados y desfavorecidos. Cada una encarnó en su vida, la pasión de Nuestro Señor de Jesucristo e hicieron presente la Trinidad a los hombres y mujeres de su tiempo”. La hermana María Elena mencionó que “tuvieron siempre una persona mediadora que les acompañaba en su búsqueda de Dios y les garantizaba que su camino correspondía a lo que Dios quería de ellas, lo que no siempre coincidió con sus deseos pero sí con la confirmación de que Dios. La vida eclesial de sus épocas fue vivida con mucho compromiso por lo que son conocidas como las Agentes de Evangelización. Otro factor es la obediencia de las cuatro. Ellas vivieron la mayor parte de su santidad como laicas, únicamente María de la Encarnación y Teresa de los Andes, se hacen religiosas pero ingresaron ya con una experiencia de Dios muy fuerte”.
La hermana María menciona que Santa Teresa de Jesús relataba la manera en que el misterio místico de Dios se manifiesta “Dios comienza a dar muestras de que en esta alma se guardan los tesoros del cielo y al tener el gran deseo de compartirlos con otros, se suplica a Dios y así uno empieza a ayudar a los prójimos casi sin entenderlo”.
Santa Rosa de Lima es peruana, nace 1986, fue bautizada con el nombre de Isabel, sin embargo la persona que la cuidaba la veía como una rosa, por ello cambian su nombre a Rosa. Cuando crece, como es muy obediente a lo que Dios quiere, empieza a sentir por qué no lleva el nombre con el que se bautizó entonces se va para la Virgen del Rosario y es ahí donde Dios le confirma que así quiere que la llamen. Tiene un sufrimiento desde pequeña lo que la lleva a vivir una vida de penitencia con dos enfoques la primera vivir la pasión de Cristo, queriendo completarla en ella y la segunda en ofrecer su sacrificio por los pecadores. Sentía en cada persona la imagen de Dios. Al final de su vida a pesar de la enfermedad no dejaba de ayudar a nadie. Muere muy pobre en la casa de una señora a la que tuvo que acogerse, porque ya había donado todo a los pobres.
Santa Mariana, desde los 7 años se consagró totalmente a Dios. Aunque quiso entrar a algún convento, descubrió que su espiritualidad era la vida laical. Tiene una vida muy metódica dedicada a la oración, a la penitencia y a salvar almas del purgatorio. Su gracia mística se encuentra en una oración que cada ocasión que entraba al templo recitaba. Un día mientras el sacerdote hablaba de las dificultades del país y del compromiso que los cristianos debían tener, ella dijo que ofrecía su vida en sacrificio, y a partir de ahí se enfermó y murió. Según indica el pueblo, ella murió porque ofreció su vida a Dios y Él aceptó su sufrimiento.
Santa María de la Encarnación fue casada y tuvo un hijo, se casa a petición de sus padres y como es muy obediente lo hace aunque siente que Dios la llama. Su esposo muere a los dos años de casada, por lo que se va a vivir con su papá. En su casa los negocios no iban bien, por lo que debe hacerle frente a la crisis para salir adelante y en esa vida cotidiana se acerca más a Dios y tiene experiencias más profundas con Él. A los 7 años mientras dormía, ella vivió su primer experiencia con Dios “la adorable majestad se me acercó y mi corazón se inflamo en su amor, extendí mis brazos para abrazarlo entonces sucedió que Él, el más hermoso de todas las criaturas me abrazó con su rostro lleno de mansedumbre y de inefable atractivo, me besó amorosamente y me preguntó ‘¿quieres ser mía?’ Y le respondí ‘sí quiero’”. A pesar de haber experimentado esto, Santa María acepta casarse por que ve en la voluntad de sus padres la voluntad de Dios. Cuando su hijo tiene doce años ingresa al Convento, sin embargo tiempo después debe trasladarse de Francia hacia Canadá, a petición de sus superiores. La vida de ella y sus gracias míticas son comprobadas gracias a las cartas que recibió su hijo, de lo contrario no se hubiera conocido.
Teresa de los Andes vive la mayor parte de su santidad en su familia, sólo vivió un año como Carmelita. Como gracias místicas la hermana indica que “se sintió toda de Dios y era tal la pasión que Dios infundía en ella, que ella hizo todo lo que tuvo a su alcance para darlo a conocer y como se hizo Carmelita, la única forma de Evangelizar era por las cartas. De esa manera convenció a muchos a comprometerse con la oración y la comunión. Ofrecía su penitencia a Dios, por lo que siempre optaba por hacer lo que más se le dificultaba”. La hermana María Elena describe a Santa Teresa de los Andes como “una Santa del siglo XX, realizaba labores normales de un cristiano común y le gustaban mucho los caballos.”
La hermana concluye su participación en el Jubileo Extraordinario enviando un mensaje esperanzador y que nos indica que podemos llegar a alcanzar la Santidad. “En el siglo XX, Dios sigue llamando y posibilitando que su ministerio se revele en personas concretas, que respondan a necesidades concretas del momento” concluyó.