Así tal cual, peregrinando paso a paso el pueblo de San Isidro de Palmar Norte, se vivió este sétimo día de novena en honor a San Isidro Labrador, jornada que el Obispo de San Isidro, Mons. Juan Miguel Castro Rojas quiso dedicar a reflexionar sobre los milagros en la vida del santo patrono, enseñanza para nosotros hoy.
Tras el delicioso desayuno ofrecido por un lugareño, el Obispo se dispuso a recorrer en carreta la propiedad de uno de los vecinos del poblado conocido como la Puerta del Sol, con la cual, aprovechó para bendecir y alentar en la vida del trabajo y de la fe; seguidamente, y caminando bajo un sol imperante, fue visitando y bendiciendo los hogares de esta comunidad, momento que aprovechó para invitar a la Eucaristía y hacer consciencia de la importancia de no separarse de Dios.
Durante el recorrido, el prelado llevó esperanza y consuelo a los vecinos, que aprovechaban el momento para expresar sus penas y angustias, sus dolores y sufrimientos al enfrentar verdaderos retos que impone la vida. Seguidamente, bendijo emprendimientos y hogares, entablando pequeños y amenos espacios de diálogo, campo que sirvió para recibir el testimonio de un vecino del pueblo sobre lo que consideran, un milagro, esto, tras ser impactado en el rostro por una fruta de palma aceitera.
Tras seguir su camino por el pueblo, el Obispo visitó la Escuela de la comunidad, lugar donde fue recibido por la docente y los niños, estos últimos le rindieron honor al Obispo, interpretando para él, un baile. Este centro educativo alberga tan sólo 6 estudiantes, a quienes el Obispo dirigió una palabra, invitándoles a ser responsables y estudiosos, para forjar un futuro mejor cada día.
Antes del almuerzo, el prelado visitó más hogares a quienes bendijo y alentó; cerca del centro educativo, el mundo parecía haberse detenido, un calendario afirmaba estar en abril del 2024, aquel jocoso dato no podría pasar en vano, me hacía pensar cómo el mismo Obispo había recorrido con paciencia y mansedumbre aquellas comunidades, sin forzar agenda, viviendo a integridad cada momento, casi como si detuviera el tiempo también, para poder servir a todos.
Finalmente, el almuerzo de gallina achotada vino a devolver fuerzas; y así, nos preparábamos para la Eucaristía que se realizaría al descampado, y en la que el Obispo, predicó: “los milagros: signos del amor de Dios que rompe lo imposible y fortalece nuestra fe. San Isidro fue un instrumento de ese amor poderoso de Dios. Aunque era un hombre sencillo y humilde, Dios quiso glorificarse a través de su vida. Los milagros que se le atribuyen no son cuentos piadosos, sino expresiones del actuar divino en la historia, como lo ha reconocido la Iglesia al canonizarlo y al conservar tantos testimonios de su intercesión”. Y añadió: “Pero estos milagros no eran para su gloria personal. Eran signos del Reino, de la presencia viva de Cristo, que sigue actuando en su Iglesia. Como dice el Evangelio.