Con un delicioso desayuno campesino, en la fila más alta de San Isidro de Agua Buena, con una mirada privilegiada hacia Coto 47 y la catarata de Metaponto, dimos inicio al segundo día de novena en honor al santo patrono diocesano, esta vez compartiendo el Obispo de San isidro con pobladores y amigos de la comunidad en la finca de la familia Villalobos Mena.
Tras bendecir a los presentes y degustar no sólo de los alimentos sino de tan excepcional panorámica que hacía patente la riqueza de la naturaleza; la comitiva se dirigió hasta la pequeña escuela de la comunidad donde fuimos recibidos por la educadora, quien conto al Obispo Castro los esfuerzos que se realizan para lograr los objetivos, cada vez más sacrificados por pequeños presupuestos aprobados que no alcanzan ni responden a la realidad.
En este centro educativo, Mons. Castro Rojas compartió con cuatro de los seis estudiantes matriculados, con quienes entabló un ameno y espontáneo diálogo, en el que los instó a ser perseverantes, estudiosos y responsables con el estudio, y vigilantes de la fe para un óptimo desarrollo de la persona de forma integral.
Desde este momento, y en gran parte de la gira pastoral, acompañaron unos oficiales de la Fuerza Pública, quienes luego de saludar al Obispo, compartieron con él experiencias, esfuerzos, sacrificios, luchas, retos y logros; momento que sirvió para recordar el reciente viaje realizado a Punta Burica, y los retos para el acceso y transporte que deben enfrentar estos servidores en favor de las comunidades.
Siguiendo el recorrido, el Obispo de San Isidro fue bendiciendo varias fincas y familias, esfuerzos y luchas que se tejen en medio de aquellos verdes campos, bañados por una constante y persistente agua característica de la zona, que no tardó en hacerse presente. Así, y a pesar de las inclemencias del tiempo, Mons. Juan Miguel continuó su gira por distintas fincas, y tras el almuerzo en casa de uno de los vecinos, visitó y llevó consuelo mediante la oración a un enfermo del pueblo, para dirigirse posteriormente a la comunidad del lado y compartir un café.
Finalmente, en la pequeña capilla, abarrotada por lugareños e invitados, bajo un ferviente aguacero que no dio tregua, se celebró la Eucaristía presidida por Mons. Juan Miguel, quien en su homilía precisó que San Isidro, “no fue un hombre de grandes discursos ni cargos importantes. Fue un campesino sencillo, de oración profunda, que ponía en manos de Dios el trabajo de cada día. Su humildad no era debilidad, sino fortaleza nacida de saberse hijo de Dios. Él entendía que el verdadero alimento no está solo en el pan que se cultiva con esfuerzo, sino en Cristo, el Pan vivo bajado del cielo”.
Por eso, “hoy, en una sociedad que premia el poder, la apariencia y el reconocimiento, San Isidro nos enseña que la grandeza verdadera está en la humildad del que se sabe instrumento de Dios. En su silencio, en su trabajo fiel, en su oración constante”. Y añadió, que, «Él no vivió para sí mismo, sino para Dios y para los suyos. Cada surco que abría en la tierra, cada jornada bajo el sol, era una ofrenda de amor, hecha con humildad”.