La tarde de este domingo 8 de junio, con nostalgia y dolor desde el punto de vista humano, pero con la confianza y esperanza que reconforta la fe, fieles y presbiterio de la Diócesis de San Isidro dieron el último a Dios a quien en vida fue el querido sacerdote Padre Oldemar Solís Ureña, su sonrisa y libertad, su humildad y natural jocosidad, marcaron la vida de propios y extraños que le conocieron; su partida repentina nos sorprende, pero nos reconforta saber que el Señor le ha llamado tras una vida de entrega apasionada, de servicio y amor genuino.
Durante la celebración, y en el contexto de la Solemnidad de Pentecostés, Mons. Juan Miguel Castro Rojas, precisó: «hoy, en la solemnidad de Pentecostés, celebramos la efusión del Espiritu Santo […] Es la fiesta del fuego, del viento, del idioma que une a todos los pueblos, del Espíritu que renueva la faz de la tierra. Sin embargo, también es para nosotros un día de duelo y de esperanza, porque nos ha tocado despedir a un hermano, a un amigo, a un pastor: el padre Oldemar, sacerdote de nuestra diócesis».
El prelado, entrelazó esta solemnidad litúrgica al acontecimiento del deceso del cohermano presbítero, y dijo: «ese mismo Espiritu que llenó a los apóstoles, fue derramado también sobre Oldemar en el bautismo, y de manera particular el día de su ordenación sacerdotal. Ese día, el Espíritu lo consagró para ser presencia de Cristo Pastor en medio de su pueblo: para proclamar la Palabra, para celebrar los sacramentos, para consolar a los tristes, para animar a los que se sentían solos». Y agregó: «su vida, con luces y sombras como toda vida humana, fue una ofrenda hecha con sencillez, con fidelidad y con entrega pastoral».
Al hablar de la entrega, atinadamente el pastor diocesano, precisó: «el padre Oldemar recibió sus dones particulares: un modo sencillo, cercano, humano de vivir su ministerio […] él, con sus palabras, con su estilo pastoral, con su servicio, aportó su voz a la comunión de la Iglesia […] su muerte nos duele, porque cuando un miembro sufre, todos sufrimos con él. Pero también nos invita a renovar nuestra unidad como presbiterio y como pueblo de Dios. No dejemos que la muerte siembre divisiones ni distancias, sino que el Espíritu nos una más allá de las lágrimas», puntualizó.
Como bien sabemos, muchos recuerdan al querido Padre Olde en las largas jornadas de comfesiones en Catedral hace unos años atrás, una palabra al respecto tuvo también el Obispo Castro: «la paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envio yo (Jn 20,21), esas palabras las escuchó y vivió también nuestro hermano Oldemar. Fue enviado. Fue consagrado. Recibió el don del perdón de los pecados y el mandato de ser instrumento de paz, de misericordia y de reconciliación. A cuántos les devolvió la esperanza desde el confesionario, cuántos encontraron consuelo en una palabra suya, cuántos comieron el Pan de Vida de sus manos sacerdotales».
Así, al finalizar esta reflexión, el Obispo Diocesano de San Isidro, concluyó: «y ahora, confiamos que Jesús se presenta también hoy, en medio del dolor de nuestra comunidad, y nos repite: La paz esté con ustedes. Es la paz del Resucitado. No la paz del olvido, sino la que brota de la fe, de la certeza de que la muerte no tiene la última palabra […] Hoy ofrecemos al Padre la vida del padre Oldemar. Le damos gracias por su vocación, por su ministerio, por su presencia entre nosotros. Lo encomendamos a la misericordia del Señor, con la certeza de que el Espíritu que lo ungió en la tierra lo purificará y transformará para la gloria eterna».
Por tanto, «pidamos al Espíritu Santo que nos consuele en este duelo, que nos renueve como presbiterio, que suscite nuevas vocaciones sacerdotales, y que nos haga Iglesia viva, unida, ardiente, misionera. Que el sacrificio y el testimonio de nuestros sacerdotes que ya partieron, sea semilla de fidelidad para los que quedamos», concluyó.