Este miércoles 30 de abril, como en muchas partes del mundo, también la Diócesis de San Isidro quiso reunirse para encomendar el alma del Papa Francisco en oración a Dios, momento que sirviera para manifestar un eterno gracias por tanto legado, momento para asumir un compromiso de responsabilidad ante sus enseñanzas, momento de oración fiel a Dios por si eterno descanso.
La hora y el día, no fue obstáculo para que cientos de fieles y varios sacerdotes se hicieran presentes en la Iglesia madre de esta Diócesis, quienes con ferviente devoción participaron del momento histórico. En el presbiterio de predominios en tono leve, sobresalía unos cuantos arreglos florales, y entre ellos la simpleza de una fotografía que recordaba la vida humilde del Pontífice que a todos nos enseñó con su vida, sus palabras y gestos.
Durante la homilía, Mons. Juan Miguel Castro Rojas, Obispo Diocesano, precisó: “nos hemos reunido en esta Eucaristía con el corazón conmovido, envuelto en un silencio orante y lleno de gratitud. La Iglesia universal se viste de luto, pero no de desesperanza; se inclina en oración, pero con los ojos puestos en la Pascua del Señor. Nuestra Diócesis de San Isidro, unida a toda la Iglesia, se congrega hoy para dar gracias a Dios por la vida, el ministerio y el testimonio de nuestro querido Papa Francisco”.
“Queremos mirar con reverencia el paso de este pastor bueno, este papa de la misericordia, este hombre sencillo que nos habló de Dios con el corazón, que nos recordó, con su propia vida, que la santidad también se puede vivir con una sonrisa y con los pies bien puestos en la tierra”, agregó el prelado.
“Francisco fue, sin duda, el papa del amor misericordioso. Nos enseñó que la Iglesia no es una aduana ni un tribunal, sino un hospital de campaña, un lugar donde los heridos de la vida pueden ser acogidos, donde nadie debe sentirse excluido, donde todos pueden experimentar la ternura del Padre. Nos recordó que la primera palabra del Evangelio no es exigencia, sino don. Que el amor de Dios precede, sostiene, perdona, levanta y transforma”, dijo Castro.
Estas palabras de la homilía, son palabras que el mundo una y otra vez se ha encargado de evidenciar con anécdotas, recuerdos, momentos vividos, gestos contemplados; porque Francisco, criticado por muchos, poco entendidos por otros, bastó la muerte para que el mundo entero se volcara en caer en cuenta que tuvimos entre nosotros alguien que, se equivocó como humano que es, pero que enseñó con pasión, vivió con mística, y nos retó con amor a asumir el Evangelio sin tapujos ni ropajes de grandeza.
Fiel a su estilo, “Francisco no confundió la misericordia con la indiferencia moral. Como dice el Evangelio, la luz vino al mundo, y el que actúa según la verdad se acerca a la luz. Por eso también él fue profeta de la verdad, con la mansedumbre de Cristo. Denunció la idolatría del dinero, la indiferencia ante los pobres, la cultura del descarte, el clericalismo, el abuso. Amó la Iglesia con un amor tan puro que no dudó en sanarla, podarla, purificarla, para que resplandezca más como Esposa de Cristo”, puntualizó el Obispo del Sur de Costa Rica.
La muerte de Francisco también nos ha puesto a reflexionar en la misión, tarea y esencia de la vida eclesial; por eso, hoy también reconocemos que “Él vivió su pontificado como un envío constante, como una misión confiada por Cristo para anunciar al mundo la vida nueva del Evangelio. Y lo hizo con coraje evangélico. En un mundo que a veces se encierra en sí mismo, Francisco no tuvo miedo de salir a las periferias: geográficas, existenciales, sociales. Habló a los poderosos con franqueza, y se inclinó con ternura ante los pobres. Fue un papa cercano, accesible, humano. Pero también firme en la fe, sólido en la esperanza, apasionado por la justicia”, concretizó Mons. Juan Miguel en su reflexión.
Su legado es imperecedero, bien resume Mons. Juan Miguel su aporte al decir: “predicó con el Evangelio en una mano y con el corazón abierto. Usó palabras sencillas, gestos elocuentes, silencios que decían más que mil discursos. Nos devolvió la alegría del Evangelio. Nos invitó a no tener miedo de la ternura, a vivir con humildad, a dejar de lado el egoísmo. Fue un papa misionero, que no quería una Iglesia acomodada, sino en salida. Una Iglesia que escuche, acompañe y sane. Una Iglesia como Jesús: pobre, servidora y fraterna”.