En el cuarto día de la novena en honor a San Isidro Labrador, Mons. Juan Miguel Castro Rojas reflexionó entorno a la virtud del trabajo y visitó comunidades y productores de la Parroquia de Río Claro, al celebrar la fiesta patronal en la filial de Linda Vista.
Por la mañana, el Obispo de San Isidro se dirigió a la comunidad de Km 16 (territorio de la Parroquia de Golfito) donde compartió con un buen números de lugareños que colaboran con la Parroquia de Río Claro; ahí, ellos expusieron al prelado sus esfuerzos y trabajos en ganado, palma y producción de leche.
En ese mismo encuentro, representantes de la Asociación de Mujeres de Agroindustrial, contaron al Obispo Castro sobre su proyecto, por medio del cual comercializan natilla, yougurt, quesos y otros productos, mediante la marca Productos Lácteos Agroindustrial, que venden en hogares de ancianos y cadenas de supermercados de la región.
Tras bendecir el ganado y los cerdos, se compartió un refrigerio y se recobró fuerzas para viajar hasta la comunidad de San Ramón, donde en un ambiente de encuentro muy ameno el Obispo fue recibido por los vecinos quienes compartieron con él sus experiencias y algunas anécdotas, así como sus labores dedicadas a la producción de queso y producción de ganado; ahí, y por la invitacion de uno de los niños, el Obispo no sólo cargó una cabra sino también montó a caballo.
Tras ese momento, el Obispo visitó familias vecinas de la comunidad de Linda Vista, con quienes compartió sus experiencias, esfuerzos y luchas, e imploró la bendición de Dios sobre ellos; así, al llegar al templo de esta comunidad, monseñor pudo observar desde este privilegiado lugar la Península de Osa, oportunidad para inmortalizar una fotografía.
Durante la celebración de la eucaristía, monseñor rescató la virtud del trabajo en la vida de San Isidro, y a ellos dijo: «el ejemplo de San Isidro brilla con fuerza. Él no separaba su fe de su trabajo. Iba a misa todas las mañanas antes de comenzar la jornada, y esa unión con Cristo alimentaba su espíritu para desempeñar con amor y entrega su labor en el campo. Era campesino, sí, pero también era contemplativo. Con el arado en las manos y la oración en el corazón, hizo de su vida un culto agradable a Dios».
«Podemos imaginarlo caminando entre los surcos, hablando con Dios, ofreciendo el sudor de su frente como sacrificio vivo. Y aunque a veces otros lo criticaban por dedicar tiempo a la oración, el Señor premiaba su fidelidad. La tradición cuenta que, mientras él oraba, los ángeles continuaban su trabajo. Más allá de lo milagroso, este relato nos recuerda que cuando damos a Dios el primer lugar, Él se encarga de nuestras necesidades», y dijo el prelado.
«San Isidro nos enseña que el trabajo no es solo una obligación, sino una vocación, una forma de colaborar con Dios en la creación y de servir a nuestros hermanos. En una época donde muchos experimentan el trabajo como una carga, o donde otros lo convierten en un ídolo, olvidando a la familia, a Dios y al prójimo, su vida es un testimonio de equilibrio: trabajo con responsabilidad, oración constante y caridad con todos.