La segunda semana de experiencia, inició con un día destinado para viajar, muy temprano desembarcamos del Mirage I para dirigirnos al aeropuerto de Luxor donde tomaríamos un vuelo que nos llevaría hasta la ciudad de El Cairo, luego de una espera considerable otro vuelo nos llevaría hasta nuestro destino en la moderna y lujosa ciudad de Sharm El Sheikh; los protocolos propios de tales viajes, con sus esperas en terminales aéreas, sus estrictos controles de seguridad con revisiones constantes y por ratos hasta un poco exageradas, más las dos horas de vuelo, terminó por consumir prácticamente aquel día que nos hizo dejar el querido continente africano y ubicarnos ahora en el asiático, concretamente en la Península del Sinaí.
En aquella tarde, luego de desafiar un poco el equilibrio en un particular muelle flotante, tuvimos oportunidad de disfrutar de las aguas del Mar Rojo, contemplando los arrecifes coralinos y algunos peces que andaban junto al especial barco con piso de vidrio, que nos permitía apreciar aquellas creaturas en su afanada tarea de buscar comida… Finalmente, nos dirigimos al hotel, al lujoso Jolie Villa Hotel Peninsula Resort, y confieso que aunque humanamente es una belleza, al ingresar mi pensamiento no pudo sino situarse en aquellos boteros que lanzaban sus productos al crucero a la altura de Esna, en aquellos agricultores que bajo temperaturas de 45°C y más, trabajan los campos usando sus chilabas y que el día anterior había observado desde la ventanilla del bus, pensaba en aquellos que prácticamente se lanzan contra los turistas en busca de propiciar una mejor venta, pensaba en aquellos que conduciendo una calesa intentan ganar la vida…; sin duda, todos ellos nunca tendrían la oportunidad de descansar una noche acá como yo lo hacía…, quizá ellos no tienen ni dónde pasar la noche…, y eso me partió el alma, mientras me perdía dentro de la enorme habitación del complejo 46…
El siguiente día, durante el largo viaje por tierra, que nos llevaría hasta Taba, fuimos acompañados por un oficial quien portaba su fuerte arma; al preguntarle al guía sobre su presencia, me dijo que era necesario por ser un viaje largo y solitario en pleno desierto. Y así, poco antes de despedirnos de la guía Hanna Talat, me dejó dos enseñanzas que calaron profundo: primero, contó sobre la repentina y temprana muerte de su hermano; ante esto, ella recordó que “aunque humanamente a veces cuesta entender los planes de Dios, su fe en Jesucristo le ha hecho entender que muchas personas mueren jóvenes porque están mejor con Dios y probablemente haber vivido más pondría en riesgo el mejor don que es la Vida Eterna”; segundo, “si nos cuestionamos porqué Dios hizo pasar a su pueblo por este desierto durante cuarenta años en la soledad, deberíamos entender que al contrario, Dios cuidó y caminó con los suyos en medio de la prueba…”
Lo anterior, me hizo pensar en mi propia vida y en la vida de todos aquellos a quienes con dedicación servimos en Radio Sinaí, comprendiendo que sin duda mi estadía en Tierra Santa es porque Dios quiere decirnos algo, y nos quiere decir que en medio de las pruebas Él nos acompaña, cuida de nosotros y protege nuestra existencia, y esa gracia que nos regala es el tesoro que no debemos perder.
Aquel día, el Señor me haría probar la paciencia con el estresante paso entre las fronteras de Egipto con Israel e Israel con Jordania; ahí, experimenté la sensación del quedarse por minutos en la más desconcertante inseguridad, no sólo por desconocer los idiomas propios sino por el trato tan seco y prepotente de algunos oficiales que parecían ser infalibles, hasta el punto de tener que esperar por minutos que investigaran mi pasaporte, al ser retenido sin explicación alguna.
Luego de descansar en Petra, la nueva jornada estuvo marcada por una larga, calurosa y pesada caminata a una de las 7 maravillas del mundo antiguo; ahí tuvimos oportunidad de visitar la Puerta del Tesoro, admirando la inteligencia de los bartomeos que tres siglos antes de Cristo tallaron la piedra, y hoy por hoy sigue siendo una ciudad (tumbas) que impacta en la mirada por la mezcla de colores y las obras maestras esculpidas por doquier. Si bien es cierto, aquel santuario tendrá muchas enseñanzas y valor arqueológico e histórico, para mí aquella visita me ha hecho darle un sentido espiritual, y pensar en la necesidad que tenemos de esculpir en el corazón de piedra el reflejo de la vida de Dios…, y mientras caminaba de regreso aquellos kilómetros entre el sendero natural, pensaba que éste es quizá el mayor reto de la humanidad.
Finalmente, aquel día miércoles 26 de abril, viajamos vía terrestre hasta la moderna capital de Jordania que lleva por nombre Amman; esa noche, teniendo por panorama una de las vías congestionadas de aquella urbe, desde la lujosa suite del prestigioso Ayass Hotel donde me ubicaron, pensaba en el mundo tan extremo en el que vivimos, de los pocos que tienen mucho y de los muchos que tienen poco…; confieso, que nunca antes había estado en un sitio con tales calidades y sin duda repetí los sentimientos que había tenido un par de noches atrás en la ciudad de Sharm El Sheikh…; las dimensiones de aquella habitación, los aposentos internos de tal suite y la delicadeza de aquella cama que me esperaba esa noche, me hacía calcular que había espacio suficiente para tantos hermanas y hermanos que he visitado en vida de parroquia, en condiciones meramente inhumanas junto a riveras de ríos y en despoblado… Y me decía: ¿qué me está queriendo decir Dios?